lunes, 21 de julio de 2008

El creyente

(A Nihil Obstat, in memoriam)

Encuentro a Bloomberg un poco nervioso. Intuyo que al alcalde de esta ciudad le pesa mucho el incorregible gobierno de su predecesor, Rudy Guiliani (el hombre que sacó a Nueva York de la debacle de los ´80), y está luchando a toda costa por diferenciarse. Como buen socialdemócrata, decidió emprender su particular peregrinaje a la meca de los dos grandes ídolos seculares de esta ciudad: la vida sana y el ecologismo. Para honrar al primero, prohibió fumar en lugares públicos y en locales privados (bares, discotecas, etc.), aumentó el impuesto del tabaco y obligó a las grandes cadenas de restaurantes a rotular las calorías que tiene cada producto. Una maravilla, la verdad. Ahora, cada vez que entro a un Starbucks o a un garito de comida prefabricada soy consciente de lo hermoso que voy a poner.

Hasta aquí todavía se puede soportar el peculiar sentido del humor del alcalde. ¿Saben qué? Bloomberg hizo bien. Es un filántropo, y se preocupa por la salud de sus ciudadanos. Es su obligación tratarlos como a tontos si aún no entienden que fumar es malo y que zamparse una Angus Third-Pounder Burger es todavía peor. Cosas de filántropos, ya saben. Eso sí, una cosa es prohibir y otra extorsionar. Dejen que les cuente: no hace mucho recibía una carta del Ayuntamiento amenazando con sanciones si no reciclaba. Y por aquí sí que no paso. La bobaliconería contra el tabaco todavía la aguanto, pero la ecólatra... no, no y no. Ya son demasiados los cuentistas y cuentacuentos que viven de esas historias para no dormir del cambio climático. Al principio divertían. Hasta daban miedo. Pero ahora, qué agobio, la verdad. Y lo de reciclar, pues miren: es una buena forma de matar el tiempo cuando no tienes nada que hacer y te sobra espacio en la casa. Hasta los críos se divierten. Al menos, cuando yo era pequeño me lo pasaba bomba. Pero ahora, ya siendo más grande y en mi cubilete de apenas 20 metros cuadrados no tienen sitio ni las cucarachas, con las que mantengo una convivencia más o menos en paz. Ellas tienen su espacio y yo el mío. ¿Espera Bloomberg que meta tres cubos para reciclar? Yo todavía, pero ellas... no lo entenderían.

Y habrá que resignarse, qué remedio. La ecocondría va ganando cada vez más feligreses. Dentro de poco, y según intuiciones mías, lograrán ser la primera confesión del mundo. Y esperen a cuando los pobres dejen de ser pobres para ser ociosos, y sus preocupaciones dejen de ser las suyas para ser las nuestras. Entonces, cuando llegue ese día, yo también me pondré a plantar árboles, pondré paneles solares en el tejado de mi casa y tendré mi propio cultivo ecológico. Pero mientras no llegue ese momento, celebraré mi indomable ateísmo con una Heineken, que mata, engorda y encima es verde. Y descuiden, que la botella irá al contenedor correcto.

Post Scriptum. "Déjenme clarificar que no estoy sugiriendo que la gente no tenga derecho a reciclar. La gente tiene derecho a practicar los rituales que crean que mejor les acercan a sus dioses, sean éstos cristianos, musulmanes, paganos o medioambientales. Lo que es inaceptable es que alguna de estas religiones nos obligue a los infieles a participar en sus liturgias simplemente porque no creemos en ellas. Garantizar nuestra libertad manteniendo la separación entre estado e iglesia (y eso incluye a la iglesia medioambientalista) es mucho más importante para nuestro bienestar que la separación de la basura". Xavier Martí-i-Sala. Vía Nihil Obstat.

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