viernes, 8 de agosto de 2008

Carne fresca

Hasta ahora no había deparado en una de las grandes maravillas de esta ciudad: el meatpacking district. Es un lugar todavía en transición. Se mantienen las viejas naves industriales donde se empaquetaba toda la carne junto a los bares y restaurantes más de moda de la ciudad. Los que seguían "Sexo en Nueva York" conocerán mejor que nadie esos locales tan elegantes. Por cierto, guardo una relación todavía perdurable con la famosa serie que no hace mucho se estrenó en el cine. Cuando estaba en Inglaterra mi cuñada me animaba a verla disuadiéndome a la vez. Su argumento lo decía todo: "Con esta serie entenderás mejor a las mujeres". Finalmente accedí, no tanto por alcanzar esa misteriosa sabiduría como por mejorar mi inglés anacoluto. Después de sobrevivir a unos pocos capítulos el resultado fue desalentador: no entendía el inglés y menos aun a las mujeres. Lo dejé. En septiembre pasado estuve haciendo el indio por esta ciudad con una beca del ministerio de educación. El último día de mi estancia, mientras paseaba sin rumbo con unos amigos durante toda la noche, vimos cómo rodaban la película en el meatpacking district. Cuando regresé a finales de mayo, me tuve que tragar la película. No hubo opción. Me ahorraré cualquier tipo de comentario: me juego al menos una noche solitaria de albergue.


Hablaba del meatpacking district. Repito: es una de las zonas más asombrosas de Nueva York. Todavía se conservan los caserones antiguos que albergaban los mataderos que alimentaban toda la ciudad. Sin embargo, de las 250 plantas sólo se mantienen en funcionamiento 35 y uno de los grandes símbolos del bistec: el "Old Homestead", el homesteak house más antiguo de Nueva York (1868), donde, por cierto, van a ponerse las botas los carniceros más ricos de la ciudad, para envidia de un servidor. Cada vez que paso por delanto me relamo las fauces y empiezo a salivar como el perro de Pavlov. Los precios son prohibitivos. Ya me di el lujo en el Peter Luger. Y no me arrepiento. Es más, lo volvería a repetir. Pero esta vez en el "Old Homestead".

En los estertores de la época industrial, el meatpacking district se fue convirtiendo en un lugar de putas, gays, drag queens, transexuales y otros grandes vividores de la noche. Tuvo su particular "movida" en los ´80, cuando abrieron los primeros clubs y Nueva York era una de las ciudades reina del crimen, las drogas y la mala vida. Qué tiempos. En los noventa, cuando se empezó a sanear la vida pública y aún no existían las prohibiciones que dicta el fetiche de la vida sana, la zona evolucionó hasta convertirse, según la revista New York Magazine, en el vecindario más fashion de la ciudad. Abrieron grandes tiendas de moda y restaurantes que alcanzaron gran celebridad, como el Pastis o el Buddha Bar. Saltaron las alarmas. Los vecinos temieron, con fundamento, que el barrio acabaría por convertirse en un Soho o un Tribeca. Es decir, un lugar con grandes negocios de moda, restaurantes caros y alquileres altísimos. Se formó la asociación "Salvemos el Gansevoort" (Gansevoort es la voz holandesa con la que se conocía antiguamente el meatpacking district) con la intención de convertir el lugar en uno de los distritos históricos de la ciudad. Los pasos, pues, ya estaban dados: el Soho y Tribeca ya formaban parte de los 77 distritos históricos de la ciudad. Desde un principio fue, por tanto, una batalla perdida.



Un paseo por el meatpacking district da cuenta del cambio imparable que está sufriendo el barrio. Los viejos pabellones polvorientos donde se mataban las reses anuncian la apertura de nuevas tiendas de moda. Dentro de pocos años ya apenas quedará nada de esos mataderos. Sólo la fachada y quién sabe si el aspecto solitario de algunos atardeceres. Y un homesteak house con olor a carne fresca. Si alguna vez me pierdo, que me busquen allí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No se pierda usted, don Javier, no se pierda...
Así que el matadero... ¿Éste es el famoso matadero que hemos visto en cientos de películas? ¿El matadero en que los matones enchufaban a sus polluelos y los púgiles se entrenaban zurrando las terneras que pendían de los garfios?
(Me temo, amigo, que las agencias de viaje van a boicotear este blog: ¡ya no hace falta contratar un viaje a Nueva York! ¡Gracias a Serenade (y esto ya es fetén) uno entra hasta en el matadero!)

Felicidades,
José María