miércoles, 2 de julio de 2008

Canal Street

Canal Street es todo un paraíso fiscal. Es la calle más larga de la ciudad, y seguramente una de las que más actividad económica concentra, si renunciamos meter Wall Street en la lista. Es una economía de estar por casa: nadie paga impuestos y todo está sometido al regateo y a la suspicacia. Según cálculos del ayuntamiento, esa calle estafa al fisco 1 000 millones de dólares al año en impuestos indirectos. Muchos turistas y autóctonos acuden allí para adquirir productos que en otras partes de la ciudad (y del mundo) serían prohibitivos: relojes Rollex, bolsos de Prada, gafas Dolce&Gabana en su versión falsificada... amén de los reiterados recuerdos "I Love NY". Asiáticos y africanos comparten la zona y se dividen el trabajo. Para los primeros, CD's de música y DVD's de películas. Para los segundos, relojes. Invaden la calle y con falsa discreción le susurran a uno al oído "¡Rollex, Rollex!", "¡DVD, CD!". En los comercios predominan paquistaníes, bengalíes o hindúes hasta que uno se va adentrando en la inmensa Chinatown, y allí desaparece todo rastro de persona que no sea china, vietnamieta, coreana, tailandesa o turista. Esta última creo que conforma la primera mironía. Pero no estoy seguro.

Por allí también quedan los restos del naufragio de Little Italy, arrollada desde hace tiempo por la marea china. En Mulberry Street, una de las calles que cortan Canal, todavía se mantienen a flote algunos restaurantes italianos con sus manteles a cuadros made in China, sus banderas tricolor y canciones napolitanas o de Frank Sinatra. Y Bleecker Street, claro. Una calle que los italianos nunca reconocieron como suya, pero que para bien o para mal es de lo poco que les queda con algo de vida. Lo que no se llevó el dragón asiático lo hizo la industria de la moda. Un mal preludio de lo que le puede pasar al resto de la ciudad.

Cuando el febrero pasado el alcalde Bloomberg ordenó una redada que acabó con el cierre de 32 tiendas pertenecientes a la familia Terranova (esto ya empieza a oler a mafia), posó ante las cámaras y en tono peliculero, cual Eliot Ness, lanzó la siguiente advertencia: "Quienquiera que seas, estés donde estés, te vamos a cerrar". Si Bloomberg hubiera sido más consecuente, hubiera cerrado todo Canal Street y hubiera declarado la independencia de la República Popular de Chinatown. Pero de momento, y hasta nuevo aviso, aconsejo no perderse ese espectáculo. Después del taxi y el metro, es uno de los pocos lugares interesantes que quedan en esta ciudad.

Post Scriptum. ¡Buen viaje, pareja!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando empiezas no puedes parar... que arte, que dialéctica, que magia que desprende mi hermanito!!!!
Sigue así y nos vemos pronto en NY!!! eres todo un periodista y de NIVEL!!!
Besos