miércoles, 23 de julio de 2008

Lluvia

Fui muy duro con Antonio Muñoz Molina. No era para menos. Las primeras veinte páginas de sus Ventanas de Manhattan me parecieron patéticas: un personaje llegado de polizón a la gran urbe, sin conocer el idioma, teniendo que afrontar la crueldad del anonimato y la indiferente, cuando no hostil, mirada de los demás. ¡Y coño, estamos hablando de alguien que tiene alquilado un piso en Manhattan! Luego el libro, cuando vuelve a la realidad, empieza a coger fuerza, y a pesar de esa prosa farragosa y a ratos un tanto pesada, el resultado global es positivo. Lo que no se le perdona a Muñoz Molina, bueno, lo que no le perdoné, fue ese flirteo entre realidad y ficción, entre el relato veraz y memorialístico con el ficticio. Una promiscuidad tantas veces señalada, pero nada, erre que erre.

Ayer le conocí. Le entrevisté junto a su mujer Elvira Lindo para El Diario. Ambos me parecen admirables. Escriben bien y piensan bien. Luego dieron una conferencia en la Biblioteca Pública de Nueva York. Estuvieron geniales: Elvira Linda habló de Antonio, y Antonio Muñoz Molina de Elvira. Entre familia. Me llamó mucho la atención el fino sentido del humor de Molina, en contraste con su prosa a veces adormecedora. Del mismo modo que me sorprendió que Elvira Lindo no fuera tan radiante hablando que escribiendo. Quizá no fuera su mejor día. A todos nos pasa.

El evento estaba organizado por la Federación de Gremios de Editores de España y el Ministerio de Cultura. Molina (César, el ministro) está que se sale. Ha hecho una donación de 6 000 libros en español a la Biblioteca de la ciudad. Y se espera todavía más. Más escritores españoles y tal vez más libros. Todavía no entiendo ese ímpetu del ministro por expandir nuestra cultura, por ir abriendo Cervantes por todos los rincones del mundo (con unas matrículas por curso impagables) y darnos a conocer. Yo invertiría en hacer todo lo contrario: comprar más libros de otras literaturas, ampliar y mejorar las traducciones y traer más escritores extranjeros a nuestro país. Los propósitos del ministro están llenos de buenas intenciones, como todo en el gobierno de Zapatero. Y responden una vez más a ese gusto tan español por mirarnos el ombligo, por creernos que somos importantes y que el resto del mundo debería conocernos mejor. Ya ven: no hay forma de sacudirse nuestro irremediable provincianismo.

Espero al menos que estos viajes sirvan de algo: a conocer mejor el país americano, a deshacer mitos y prejuicios. Pero me temo que eso no va a ser así. Pasará como en otros lugares: ya saben, como quien oye llover.

Post Scriptum. "(...) uno de los rasgos sobresalientes de cualquier cultura subordinada es la miserable atención que presta a las culturas ajenas, sea por la falta de traducciones, sea por la ausencia de intelectuales propios dedicados al estudio de esas culturas". Arcadi Espada, "Postdamer / Prenzlauer", El País, 3/05/1999.

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