viernes, 4 de julio de 2008

Todo empezó cuando el rey de Inglaterra Jorge III decidió establecer un sistema impositivo en las trece colonias de ultramar. Los colonos vivían felices en su particular paraíso fiscal; así que la medida de la metrópoli les sentó como una traición. La declaración de independencia, donde aparece la primera declaración de derechos del hombre, fue el producto de algunos iluminados, como Thomas Jefferson - el redactor del texto -, imbuidos de literatura ilustrada. Fundaron de esta forma la primera democracia liberal, aunque sus intenciones iniciales, o al menos, las que les movieron a rebelarse contra su soberano, no fueron el establecimiento de un régimen democrático. Fue algo más prosaico: los impuestos. Los colonos que lideraron esa rebelión eran ricos hacendados que hasta ese momento habían vivido con absoluta comodidad en ese reino desgravado. La metrópoli no les causaba molestias y ellos tampoco. Que las trece colonias consiguieran su independencia no es signo del tesón y la valentía de esos colonos. Sólo es una muestra de que al Reino Británico le traía sin cuidado. Las colonias norteamericanas no le aportaban casi ningún beneficio económico y comercial. Como demostraría Adam Smith en La riqueza de las naciones, ningún imperio podía avanzar comercializando sólo con sus colonias. Al contrario, las colonias resultaban un freno para su despegue económico. Smith explicaba de esta forma el fracaso del Imperio Español. Y esa misma teoría explica plausiblemente el poderío económico que Inglaterra alcanzaría en el siglo XIX y luego su inevitable decadencia.

Las colonias americanas consiguieron su independencia y establecieron un régimen semiliberal y semidemocrático. El sistema esclavista seguía vigente, pues el pueblo sojuzgado que evocaba Jefferson eran los colonos, no los esclavos y las mujeres. Esto no le resta mérito al esfuerzo de los padres de la patria americana, por mucho que se empeñen los antiamericanos más abstrusos. La declaración de independencia, del mismo modo que la declaración de derechos del hombre y el ciudadano en la Francia revolucionaria, o la Constitución de Cádiz de 1812, fue, como acostumbran a decir los historiadores, muy progresista para su tiempo. Todas ellas sentaron unos derechos y unas bases que casi nadie compartía entonces y que tardarían mucho tiempo en arraigar en la conciencia de sus ciudadanos. Ahora nadie las adoptaría para fundar un régimen político liberal avanzado.

El 4 de julio los norteamericanos celebran la fundación de su país. Con esa declaración, cualquier persona, por poco patriota que sea, debería sentirse orgulloso. A pesar de que las razones que llevaran a esa rebelión no fueran los ideales que inspiran el texto, y que los derechos políticos tardaran en extenderse más de un siglo a todos sus habitantes. Aun así, a mi juicio, esta conmemoración es de las pocas que valen la pena, a diferencia de otras celebraciones patrióticas - sustentatadas en la sangre y en una presunta y falsificada tiranía exterior. Al menos esta, también con sus mitos y sus héroes, sembró los primeros pasos para una organización político-social basada en valores liberales e ilustrados.

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