sábado, 5 de julio de 2008

La nación en su sentido más profundo

Fue en el paseo marítimo de Broklyn Heights donde vimos los fuegos artificiales. Antes ya había celebrado con mi amigo Alvin el 4 de julio de una forma muy peculiar en estos pagos: en "5 Best" me zampé la hamburguesa más grasienta e irreverente del mundo. En el menú decía que tenía unas 900 calorías. Juro por los padres de esta nación que la mía tenía más. Entre el puertorriqueño que me atendió y un servidor conspiramos para elevar el número de calorías hasta conseguir que la hamburguesa perdiera su naturaleza y quedara convertida en un pastel. Luego las patatas... mmm... según Zagat, la famosa guía de restaurantes y bares, en este restaurante se comen las mejores patatas fritas. No seré yo quien lo desmienta. Y nada de ketchup. ¡Lagarto, lagarto! Aborrezco el ketchup. Con la ayuda de la ecuatoriana que planeó mi indigestión, y para disgusto de su supervisor, bañé esas deliciosas patatas con mayonesa. Mucha mayonesa. Y los comensales, por supuesto, bien elegidos: una alegre familia americana, con sus tallas XXXL devorando con esa envidiable y desacomplejada felicidad sus hamburguesas y patatas.

Por último, en la panadería de al lado, unas cupcakes. Unas magdalenas (no confundir con muffins) con crema por encima representando los colores de la bandera americana. Ya había perdido toda noción festiva y patriota. Me dejé arrastrar - caminar aquí es cometer un exceso - hasta llegar al paseo de Broklyn Heights. Por suerte, el trayecto era cuesta abajo. Me desplomé en uno de los bancos. Alvin aconsejaba pasear para que la comida bajara. Ni hablar, Alvin, esto no puede bajar. Y juro por esos bancos y ese paseo, y por todo el mundo que estaba allí, que esa hamburguesa y esas patatas no bajaron en todo el día. No había ningún sentimiento de culpa. Si estos yanquis no tienen ningún complejo en regodearse con esas grasas, yo, que no tengo grasas con las que vanagloriarme, tampoco. Así transcurrió el día hasta que lanzaron los fuegos artificiales desde el East River. No había apenas banderas, en contra de lo que suele decirse en Europa. Y la celebración, valga decirlo, de lo más sosa. En España lo hacemos mejor, claro que sí. Pero esas hamburguesas y esas patatas... ¡ay, juraría cualquier bandera por volver a comerlas!

Post Scriptum. Y sonaba Candy's Room.

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