lunes, 7 de julio de 2008

Peter Luger Steakhouse

Tomamos la línea J hasta Williamsburg, al norte Brooklyn. Por lo que había leído en la Wikipedia, esperaba un lugar lleno de artistas, perroflautas y gafapastas. Pero me equivoqué de lugar. O fue la Wikipedia la que se equivocó. De hecho, fuimos a parar a una de las barriadas más inhóspitas de la ciudad. De Delancey St., en el Lower East Side de Manhattan, a la siguiente parada, Marcy Av., no sólo va la distancia de un puente ("el puente" de Nueva York, en su momento) y una estación. Va un mundo entero. Luego supe por un amigo neoyorquino que todos esos artistas se concentran al sur de Williamsburg. A Dios gracias, porque no era eso lo que buscaba. Tampoco me apetecía pasear por un gueto, aunque es algo que recomiendo mucho cuando se visita esta ciudad. Significa un descanso de turistas y una aventura apasionante, con coches robados y gente viendo la televisión en la calle.

La zona está poblada por latinos y negros. También queda algo de esos judíos ortodoxos que por antipatía llevaron a los alemanes y a los irlandeses del siglo XIX a trasladarse a otros lugares próximos como Queens. Entre esos alemanes, un señor llamado Peter Luger abrió en 1887 una taberna que no merecería más mención si no fuera porque un siglo más tarde, después de la II Guerra Mundial, una vez muerto Luger, un tal Sol Forman compró el local y lo convirtió en un steakhouse. La idea parece totalmente disparatada: quién abre un steakhouse en una ciudad donde abunda esa clase de restaurantes y en un lugar, al otro lado de Manhattan, por donde no pasean ni los gatos. Sin embargo, la empresa funcionó, y el prestigio que ha alcanzado ese restaurante ha hecho de la zona algo descarado: junto a esos bloques en apariencia abandonados se pueden ver Audis, Mercedes y Volkswagen en las aceras. No es que a ese steakhouse sólo acuda gente adinerada, pero como cualquier persona sabrá, nadie que paga más de 30 euros por un bistec cruza el puente de Williamsburg en metro.

Dicen que el Peter's Luger Steakhouse conserva el ambiente alemán de su fundador, y que los camareros son alemanes o tienen el espíritu de tal. No seré yo quien lo niegue, aunque el lugar me recordaba más uno de esos lúgubres pubs de Inglaterra y ninguno de los camareros que vi por allí hablaba alemán. Eso sí, todos tenían el carácter hosco y desabrido del estereotipo teutón.

Hay una serie de normas que uno ha de tener presente cuando va al Peter Luger. Enric González da cuenta bastante pormenorizada. Para mi gusto, caben destacar sólo dos: no se puede pedir el steak bien hecho; y no admiten tarjeta de crédito. Esta última es importantísima, porque resulta imposible encontrar un cajero por ahí cerca. La primera norma es elemental: cualquier amante del steak la conoce, pero si todavía queda algún despistado, vaya la siguiente advertencia: según cuentan, el camarero puede llegar a avisar al jefe Wolfgang Zwiener para disuadir al cliente del profundo dolor que le puede causar al cocinero si pide el steak bien hecho. Y tanto el jefe como el camarero saben ser severos: el cliente puede quedar condenado al ostracismo sin ningún tipo de contemplaciones.

Ah, y un último aviso para aquellos que cruzarán el puente en metro porque no hay más remedio: mejor acudir antes de las 3 de la tarde, se presenta un menú más asequible (por debajo de los 20 dólares) y uno puede disfrutar de una de las mejores hamburguesas de la ciudad por sólo 9 dólares.

Post Scriptum. Por un trato justo a Israel.

1 comentario:

José María Albert de Paco dijo...

Hay en el libro de González una pertinente observación acerca del modo como se pronuncia steak (seguro que no te ha pasado por alto). Te está quedando un hermosísimo fresco, Javier. Cuándo me pregunten dónde he pasado el verano, responderé que en Nueva York.

Un fuerte abrazo,
José María