viernes, 20 de junio de 2008

¡Taxi!

No creo que en esta ciudad exista una atracción tan apasionante y maravillosa como el taxi. Puede subir cuando quiera y pagar al final. Recomiendo hacerlo en hora punta de la mañana o de la tarde, cuando Manhattan se parece más al centro de Islamabad que a cualquier otra ciudad occidental. Y a poder ser, que el viaje sea lo más largo posible y que no se salga de las fronteras del centro. Lo contrario es hacer trampa. Si usted es racista, o tiene impulsos de tal (quién no los ha tenido alguna vez), está de suerte: el taxista será negro o asiático (en todas sus variedades). Más razón todavía para odiarlo y respetarlo. La mayoría suele ser inmigrante, y quién sabe si acabado de llegar. Cuenta Enric González en sus inmortales Historias de Nueva York que el propietario del taxi acostumbra a arrendarlo a un inmigrante que apenas habla inglés (aunque no siempre) y conoce poco o nada de la ciudad. Eso sí, es la mejor fuente de información para saber cómo se degüella un cerdo en Nigeria o cómo se celebra una boda en Karachi.

Los taxistas se adaptan rápido a la forma de conducir de los neoyorquinos: conducen como en casa, es decir, como en Kinsasha. Quiero decir, como en Nueva York. No es la primera vez que siento cómo un coche me va acariciando lentamente la espalda en un paso de cebra para salir luego disparado hasta el siguiente semáforo. Aquí no hay distinciones: puede ser un autóctono o un taxista. Pero volvamos al último: usted está dentro del vehículo y decide ir, pongamos, desde Chelsea (el sur) a Upper East Side (el noreste). Son las 10 de la mañana y hay un tráfico endiablado. Uno piensa: no lo logrará. Pero créanme: lo consigue. Zigzaguea entre los coches como si condujera una motocicleta. Lo cual eleva todavía más el milagro (y el mito): el taxista conduce uno de esos Ford que vemos en las películas, con una carrocería que no la salta ningún caballo. Y no se cague. En ningún momento debe apretarse el cinturón de seguridad. Es más divertido cuando el coche le va lanzando de un lado a otro.

Usted llega a su destino y puede decir que ya no le queda nada por ver en esta vida. Ha odiado, amado, reído y casi llorado. Tal vez se haya mareado. Y ha sido testigo de cómo el taxi se metía entre dos camionetas y saltaba (sí, saltaba) al otro lado del carril, sin mirar apenas por el retrovisor, y para mayor proeza, sin rozar ningún vehículo. También ha podido observar cómo el taxi de delante cruzaba una vía de cinco carriles y frenaba en seco para recoger a un cliente. Quizá haya parado el tráfico de ese carril o haya obligado al coche de detrás hacer un giro brusco, dar el bocinazo (porque sin apretar el claxon al menos veinte veces al día no se es nadie) y seguir como si nada.

No diga que eso no es impagable. Y no tiene que viajar a Turquía ni tampoco a Afganistán. Aquí en Nueva York lo encontrará todo. Venga sino.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Conio Javier! Como me ha enganchado este texto! Casi en todos los articulos que llevo leyendo de ti (y tengo el privilegio de poder remontarte a bastante atras)podia verte en ellos, pero en este... en este... no sabia si estabas citando a otra persona o si era tuyo! Generalmente no es tu estilo escribir con frases tan cortas, no? o es que yo me estoy pasando de analista? No se, me ha sonado tan profesional... tan "columna-de-periodico-de-periodista-experimentado" Quizas porque como digo estaba mas acostumbrada a ver divagacion en tus articulos y este en concreto es muy directo. mmmm... (sigo con mi analisis...) lo digo o no? venga, lo digo: que apasionante que es ver la evolucion de la forma de escribir de una persona. Mas! Mas! (porfi) Mas!
Su.

V the Wanderer dijo...

Eres un fiera!